de bebedores entrenados...

lunes, 28 de diciembre de 2015

ESPERÁNDOLO A PATO



                    "Prefiero perder con amigos, que ganar con perfectos desconocidos"



Yo lo miré a Pablo, que estaba debajo  de los arboles al costado de la cancha. Pobre, tenía la desilusión pintada en el rostro, mientras trataba de ver más allá dl  las canchas a ver si alguna nube de polvo anunciaba su llegada. Pero nada: solamente el camino de tierra. En ese momento se acercó el Bebé , gastador como siempre, gritó:, ¿qué pasa que no viene el 'maestro'? ¿Será que arrugó para evitarse el papelón, viejito?". Pablo dejó de mirar  el camino de entrada y trató de contestar algo ocurrente, pero la rabia y la impotencia lo lanzaron a un tartamudeo penoso. El otro se dio vuelta, con una sonrisa sobradora colgada en la mejilla, y se alejó moviendo la cabeza, como negando. Al fin, a Pablo se le destrabó la bronca en un concluyente «¡andálaputaqueteparió!», pero quedó momentáneamente exhausto por el esfuerzo.

Ahí se dio vuelta a mirarme, como implorando una frase que le ordenara de nuevo el universo. «Y ahora qué hacemo», lanzó. –Para, dijo, Seba con convencimiento, y le contesto con tono tranquilizador: «Quédate piola, ya debe estar llegando». No muy satisfecho Pablo, volvió a mirar la el camino, murmurando algo sobre promesas incumplidas.

Aproveché entonces para  reunirme con el resto de los muchachos. Estaban ahí abajo de los arboles  donde  un par de troncos hacían  las veces de banco de suplentes, alguno vendándose, otro calzándose los botines, y un par haciendo jueguitos con la pelota  que se jugaba en el torneo, esas sin marca, que cuando se mojan pesan 200 kg y al cabecearlas te dejan atontados. Menos brutos que Pablo, trataban de que no se les notaran los nervios.  El DT JR, mientras hacia sus caminatas solitarias para diseñar el equipo,  preguntó como al pasar: «Che, Seba, ¿era seguro que venía, no? Mira que después del barullo que armamos, si nos falla justo ahora...».

Para no desmoralizar a la tropa, Seba se hizo  el convencido y  le contesto: «Pero muchachos, ¿no les dije que lo confirmé por teléfono?». El Bebé  se acercó de nuevo desde el arco que ocupaban ellos: ¿me querés decir para qué armaron semejante bardo, si al final tu amiguito ni siquiera va a aportar?». En ese momento saltó Manu, que había terminado de atarse los cordones, y sin demasiado preámbulo lo mandó a la mierda. Pero el Bebé, cada vez más contento de nuestro nerviosismo, no le llevó el apunte y nos siguió buscando: «En serio, no quiero que este año vuelvan a humillarlos, así que mejor suspendamos». Y adoptando un tono intimista, me puso una mano en el hombro y, habiéndome al oído, agregó: «Dale,  ¿en serio pensaste que nos íbamos a tragar que el punto ése iba a venirse desde la concentración para jugar en este torneo?». Más caliente por sus verdades que por sus exageraciones, le contesté de mal modo: «Y decíme, Bebé, si no se lo tragaron, ¿para qué hicieron semejante kilombo para prohibirnos que lo pusiéramos?: que profesionales no sirven, que solamente con los que están en la lista » Pero por suerte desde que Pato había debutado en LaFo su nombre y apellido estaban la lista de buena Fe. El era uno de los nuestros.

El torneo venia picante, por primera vez después de  casi 15 años faltaban dos fechas y teníamos chances de salir campeones. Lo jugábamos  desde pibes, algunos como Facu  jugaban desde los quince años. Otros ya mas veteranos, habíamos pululado por distintos torneos, pero este era el del barrio. Lo conocíamos desde chiquitos porque se jugaba a dos cuadras de casa, en las canchas de Traverso que daban sobre el paredón de la vieja cortada. Ahí cuando éramos purretes armábamos los picados al costado de las canchas y se jugaba hasta que yo y mi hermano nos terminábamos peleando. Siempre jugábamos en contra.
Pato casi que era nacido y criado en ese torneo, su viejo lo había jugado y era una eminencia en Lafo.

Después cuando nosotros lo empezamos a jugar, el torneo se había mudado al famoso “campito de los curas” uno de esos campos de deportes que tienen las escuelas de capital por el conurbano y que  en el barrio siempre  eran deseadas por sus hermosas canchas. Ya en esos años los valdios y potreos que quedaban eran poco y con pasto casi ninguno.

Nosotros, salvo alguno que la movían un poco mas, éramos todos matungos, pero nos bastaba tirársela a Pato para que inventara algo y nos sacara del paso. Eramos un equipo peleador, ordenado,  que con suerte pasaba la mitad de tabla pero  con Pato, éramos siempre banca.

Cuando Pato no pudo estar, la cosa se puso brava. Para colmo, Jp que era de los buenos, se fue a vivir unos años a la costa y al el equipo le costó encontrar la vuelta, los años y la falta de entrenamiento hicieron que además se nos cayeran jugadores históricos por lesión.  Esteban y Rolo que eran de los que venían siempre,  y se habían roto la rodilla con una diferencia de  tres meses. Por suerte Jose  es de esos que tienen muchos amigos deportistas y consiguió que los pibes del vóley nos den una mano para que el equipo pueda llegar a once.  El año pasado se había puesto brava la cosa y apenas juntábamos para completar el once titular.

 Con  esos problemas en la conformación del “plantel” y sin Pato para que la mandara guardar, empezamos a perder como yeguas. Pero la fe era  de fierro. Pocas sonrisas, apenas un ascenso ganado en el historial, pero nadie dejaba de venir. Ahí me di cuenta del verdadero valor de mis amigos. Desde la partida de Pato, que nos había dado el ascenso,  perdimos seguido. Incluso el anterior torneo apenas safamos de la B al ganar  la promoción a los de Senegal, que son un rejunte peor que el nuestro. Tuvimos que ser muy hombres para salir de la cancha partido tras partido con la canasta llena y estar siempre dispuestos a volver. Para colmo, para la época en que empezamos a perder, a algunos de nosotros, se nos ocurrió llevar a las novias a hacer hinchada. Perder es terrible, pero perder con las minas mirando era intolerable. Por lo menos, hace ya algunos años, y gracias a que declaramos yeta a la mujer de Esteban, prohibimos de común acuerdo la presencia de mujeres en el público. Bah, directamente prohibimos el público. Aunque algunos, en general los mas chicos y enamoradizos de vez en cuando rompen la regla.  A Pablo que siempre fue el mas conspireta se le ocurrió argüir que la presión de afuera hacía más duros los encontronazos y exacerbaba las pasiones más bajas de los protagonistas.

Igual, seguimos perdiendo. El año pasado, tras una nueva humillación, los muchachos le pidieron a Seba que hiciera «algo». No fueron muy explícitos, pero yo lo adiviné en sus caras. Empezo todo con mensajes de Whats up y hasta con un análisis pormenorizado del fixture de la D, si su equipo evitaba el reducido sabíamos que se podía contar con Pato para la recta final del nuestro tornero.  Primero se mató de la risa, el nunca fue de muchas palabras, pero se puso serio: y dijo “si jugamos temprano puede ser que este”.

Cuando el resto de los nuestros se enteró de la noticia, el plantel enfrentó la prueba con el optimismo rotundo que yo creía extinguido para siempre. El domingo  a las nueve fueron llegando todos juntos, la ansiedad del partido hizo que esta vez estén todos temprano. El único que se retrasó un poco fue JA, pero el es de esos que siempre te llegan sobre el final y te hacen sudar la gota gorda con el terror de jugar con uno menos.

Pero cuando faltaban diez minutos para la hora acordada, y Pato no daba señales de vida, se vino el Bebé por primera vez a buscar camorra. Por suerte, me avivé de hacerme el ofendido: le dije que el partido era a las diez y media y no a las diez, que qué se creía y que no jodiera. Lo miré al JM, que me cazó al vuelo y confirmó mi versión de los hechos. El Bebé negó una vez y otra vez , su arquero  se nos vino al humo gritando que la hora era a las diez y que nos dejáramos de joder. Ante la complejidad que iba adquiriendo la cosa, con JM  juramos por nuestras madres y nuestras hijas, por Dios y por la Patria, que la hora era diez y media, que en el sorteo de los miércoles había salido asi, y que todavía faltaba más de media hora para las diez y media, y que se dejaran de romper con pavadas. Ante semejantes exhibiciones de convicción patriótico–religiosa, al final se fueron de nuevo a patear al otro arco, esperando que se hiciera la hora. Después con el JM nos dimos ánimo mutuamente, tratando de persuadirnos de que un par de juramentos tirados al voleo no podían ser demasiado perjudiciales para nuestras familias y nuestra salvación eterna.

Fue cuando lo mandé a Manu a mandar mensajitos, a ver si estaba dormido, o no tenia como venir, más por matar un poco la ansiedad que porque pensase seriamente en que fuese a venir. Es que para esa altura yo ya estaba convencido, en secreto, de que Pato nos había fallado.

En esos años, las veces que había venido Pato me había encantado comprobar que no se había engrupido  por jugar en AFA.  Pero lo tenía decidido: chau Pato, moríte en paz. Tenes razón como vas a venir a jugar con estos muertos, vos estas para mas. Mi miedo siempre era que lo arruinemos.  Pero en el fondo yo sentían que  no podía cagar impunemente a todos los muchachos. Mas a Manu, Seba y Ja que eran sus amigos de siempre, habían pasado la secundaria juntos y ellos tres eran los encargados de llevarlo y traerlo a donde hiciera falta, pero el domingo tenía  que estar. El No podía dejarnos así, que perdiéramos de nuevo y que nos escapara la ilusión de nuestro primer torneo.

Al fin y al cabo,  cuando era un flaquito escuálido por el que nadie daba dos mangos, y en el CAI lo colgaban, nosotros le dijimos vení pibe, jugá adelante, que  sos ligero y capaz que la embocás. Por eso me dolía tanto que se abriera. Siempre este iba a ser el equipo de sus amigos y no había Real Madrid B que lo superara.

 Seba siempre le decía -Pato, vos sabes que sos mi hermano, pero jamás de los jamases se te ocurra jugar en otra liga amateur que no sea Lafo, por más guita que te pongan no vayas, por lo que más quieras porque me muero de la rabia, entendéme, Pato, si en AFA sí, Pato, pero a otra liga por Dios te pido no vayas ni muerto. Y Pato que no, que quedáte tranquilo, Seba, aunque me paguen fortunas no voy por respeto a vos y a los muchachos, te lo juro. Por eso me dolía tanto verlo justo a Manu, defraudado,; y a los otros probándolo a Sergio desde afuera del área, con las medias bajas, pateando sin ganas, y mirándome de vez en cuando de reojo, como buscando respuestas.

Cuando se hicieron las diez y media,  el Bebé se vino de nuevo al humo. Les salí al encuentro con Pablo y Lucho para que los demás no escucharan. «Es la hora», me dijo. Y a mí me pareció verle un brillo satisfecho en los ojos. «¿Lo juegan o nos lo dan derecho por ganado?», preguntó, procaz, el Bebé. Sergito lo miró con furia, pero la impotencia y el desencanto lo disuadieron de putearlo.

«Andá ubicando a los tuyos, y llamálo al árbitro para el sorteo», le dije. Desde el lateral izquierdo, le hice señas a JR para que se cambiara que no tenía sentido esperar mas, que se viniera para la cancha. Con diez no podíamos jugar. JR no se entregaba a pensar que su estrella le fallaba y tenia que largar el buzo del DT para pasar a usar la misma casaca que Pato.

Para colmo, perdimos en el sorteo. Tuvimos que cambiar de arco. Sergito hizo señas a los muchachos de que se trajeran los bolsos para ponerlos  juntos debajo de los arboles porque no quedaba nadie en el banco. El sabía que era una precaución innecesaria. Con ellos nos conocíamos desde hacía veinte años, pero le  pareció oportuno darles a entender que, a nuestro criterio, eran una manga de potenciales delincuentes. Cuando me pasaron por el costado, cargados de bultos, Lucho y Pablo, que  jugaban de centrales, les recordé que se turnaran para pegarle al  nueve de ellos, pero lo más lejos del área que fuera posible.  Lucho me hizo una inclinación de cabeza y me dijo un «quédate pancho».

Cuando nos acomodamos, fueron Sergito y Facu al el medio como  para sacar. Con la tristeza que tenía, pensé, no iban a tocar una pelota coherente en todo el partido. De diez lo tenía parado a Jp. El Bebé, muy respetuoso, le pidió permiso al árbitro para saludarnos antes del puntapié inicial (siempre había tenido la teoría de que olfear a los jueces le permitía luego hacerse perdonar un par de infracciones). Cuando nos tuvo a tiro, y con su mejor sonrisa, nos envenenó la vida con un «pobres muchachos, cómo los cagó el Pato, qué bárbaro», y se alejó campante.

Pero justo ahí, justo en ese momento, mientras yo le hablaba a Joaco y el árbitro levantaba el brazo y miraba a cada arquero para dar a entender que estaba todo en orden, y Sergio hacia su ritual de verificar la red de su arco, me di cuenta de que pasaba algo. Porque el referí dio dos silbatazos cortitos, pero no para arrancar, sino para llamar la atención del arquero de ellos. Aunque lo tenía lejos, lo vi pálido, con la boca entreabierta, y empecé a sentir una especie de tumulto en los intestinos mientras temía que no fuera lo que yo pensaba que era, temía que lo que yo veía en las caras de ellos, ahí adelante mío, no fuese asombro, mezclado con bronca, mezclado con incredulidad; que no fuese verdad que el Bebé estuviera dándose vuelta hacia su arco, como pidiendo ayuda; que no fuera cierto que el otro siguiera con la vista clavada en un punto todavía lejano, todavía a la altura de la calle de tierra, todavía adivinando sin ver del todo a ese tipo lanzado a la carrera con un bolsito sobre el hombro gritando aguanten, aguanten que ya llego, aguanten que ya vine, y llamándolo a Seba, que vamos que acá llegó, carajo, que quién dijo que no venia, que  por fin, que qué nervios que nos hiciste comer, guacho, y yo empezando a caminar hacia el lateral, como un autómata entre canteros de margaritas, aún indeciso entre cruzarle la cara de un bife por los nervios y abrazarlo de contento, y Pato por fin saliendo del tumulto de los abrazos postergados, y yendo hasta donde estaba plantado Manu en el cuadradito de pasto en el que  había quedado como sin pilas, y mirándolo sonriendo, avergonzado, como pidiéndome disculpas, y el  ya sin bronca, con la flojera de los nervios acumulados toda junta sobre los hombros, y él diciéndo perdoná, , me tuve que hacer llamar a la concentración por mi hermana Florencia , pero conseguí escaparme, y llegué hace un rato,  y Manu diciéndole calláte, boludo, calláte, con la garganta hecha un nudo, y abrazándolo para que no viera los ojos, porque llorar, vaya y pase, pero llorar delante de los amigos jamás; y el mundo haciendo click y volviendo a encastrar justito en su lugar, el cosmos desde el caos, los amigos cumpliendo, cerrando círculos abiertos en la eternidad.

Como Pato llegó cambiado, siempre con sus medias cortitas, tiró el botinero ahí al costado y se fue para el mediocampo, para sacar con Sergito. Cuando le faltaban diez metros, le tocaron  el balón para que lo sintiera, para que se acostumbrara, para que no entrara frío (lo último que falta ahora, es que se nos lesione en el arranque). Se agachó un poquito, flexionando la zurda más que la diestra. Cuando le llegó la bola, la levantó diez centímetros, y la fue hamacando a esa altura del piso, con caricias suaves y rítmicas. Cuando llegó al medio, la empaló con la derecha y la dejó dormir un segundo en el hombro. Enseguida se la sacudió con un movimiento breve del hombro, como quien espanta un mosquito, y la recibió con la zurda dando un paso atrás: la bola murió por fin a diez centímetros del botín derecho.

Recién ahí levanté los ojos, y me encontré con el rostro desencajado del Bebé, que miraba sin querer creer, pero creyendo. El petiso Galán, parado de ocho, tenía cara de velorio a la madrugada. Ellos estaban mudos, como atontados. Ahí entendí que les habíamos ganado. Así. Sin jugar. Por fin, 15 años después íbamos a ganar un campeonato. Los tipos estaban perdidos, casi con ganas de que terminara pronto ese suplicio chino. Cuando vi esos ademanes tensos, esos rostros ateridos que se miraban unos a otros ya sin esperanza, ya sin ilusión ninguna de poder escapar a su destino trágico, me di cuenta de que lo que venía era un trámite, un asunto concluido.

Mientras el árbitro volvía a mirar a cada arquero, para iniciar de una vez por todas esa casi final, Pablo, le sonrió al Bebé, que todavía lo miraba a Pato con algo de pudor y algo de pánico: "¿Y, viste, jodemil...? ¿No que no venía? ¿no que no?", mientras sacudía la cabeza hacia donde estaba Pato, como exhibiéndolo, como sacándole lustre, como diciéndole al rival moríte, moríte de envidia, infeliz.

Pitó el árbitro y Pato la tocó al pie de Sergito. El petiso Galán se le fue al humo, pero le devolvió  el pase justo a tiempo. Pato la recibió, la protegió poniendo el cuerpo, montándola apenas sobre el empeine derecho. El petiso se volvió hacia él como una tromba, y el Bebé trato de apretarlo del otro lado. Con dos trancos, salió entre medio de ambos. Levantó la cabeza, hizo la pausa, y después tocó suave, a ras del piso, en diagonal, a espaldas del seis de ellos, buscándolo a Facu que arrancó bien habilitado………………….



Basado en el Cuento "Esperandolo a Tito" de Eduardo Sacheri.

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